Vàlvula de Fugida/ Válvula de escape

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domingo, 21 de noviembre de 2010

AYER FUÍ FELIZ, AYER LLORÉ

 

Sentimiento, solidaridad, compañerismo; muchos son los calificativos que se pueden asociar a lo sucedido ayer en el Pabellón Salvador Gimeno de Sant Joan Despí, los mismos que pueden calificar a quien participó de ellos, especialmente los niños del Infantil B y A, o a los de Voramar y Sant Cugat que se sumaron sin contemplaciones al acto, al árbitro de ambos encuentros que no puso, pudiendo con las normas en la mano, ninguna traba a la realización del homenaje.

Fue un acto casi espontáneo, que solo hubieron de sugerir los entrenadores para contar con la entusiasta colaboración de tan grandes compañeros de equipo, de colegio, de club o simplemente de deporte.

A partir de hoy que nadie me habrá de sugerir un cambio de valores a peor en la juventud, que nadie me explique que hoy en día cada uno va a lo suyo, que no nos importa nuestro prójimo y hemos abocado al mundo en un materialismo carente de calidad humana.

No. Si alguien me explica o me sugiere algo así, yo simplemente le contaré lo que vi ayer.

Le explicaré que 30 niños apoyaron incondicionalmente a un compañero que ha de afrontar una difícil etapa de tratamiento y recuperación.

Le explicaré que no les hizo falta duras imágenes, apenados discursos ni tan siquiera un protagonista triste y venido a menos, ni lo está ni lo estará.

Le explicaré que muchos de los niños que acudieron al homenaje de la mañana viven fuera de la población, son recién venidos al club y no han compartido con RIKI ni un minuto en la pista ni fuera de ella.

Le explicaré que la fuerza de la solidaridad hizo que un equipo, su equipo, combatiera de tu a tu con quien hace pocas jornadas les venció por más de veinte goles.

Le explicaré del nerviosismo por plasmar un mensaje idóneo en sus blancas camisetas preparadas para la ocasión.

Todo eso y otras tantas que quedan en mi congojo al recordar que todas aquellas personas han dado tanto con tan poco.

Muchos fuimos los que lloramos, pero no lloramos por Riki, no le hace falta, lloramos de alegría y orgullo, lloramos por saber que nuestros propios hijos no estarán solos en momentos de dificultad.

Gracias por esta lección, gracias por darnos esperanza en el género humano y sobre todo gracias por Riki, vuestra espontáneo apoyo le llevará a acortar su particular lucha por la recuperación, igual que su equipo lo hizo en el partido de ayer.

Yo me sumo a la frase que aparecía en una de las blancas camisetas:

RIKI. VUELVE PRONTO, SE TE HECHA DE MENOS¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡



Ramón Vega

jueves, 3 de septiembre de 2009

Ya tengo pueblo( Prólogo) Continuará


He de reconocer que en mi infancia, cuando mis compañeros de clase relataban los lugares donde pasarían la mayor parte de sus vacaciones, yo me sentía privilegiado. Yo no tenía pueblo, yo no era esclavo de viajar año tras año con un SEAT 850, o similar, sufriendo calentones de motor y la calefacción en pleno mes de agosto para evitarlo, compartiendo asiento con hermanos, abuelos y maletas.


Yo no era esclavo de sufrir un lugar donde, según los relatos de mis compañeros de juego, no había pasado el tiempo, donde cohabitabas con bestias del tipo, caballos, mulas o cerdos. No hube de salir al exterior de la vivienda, por cierto, de piedra y barro, a hacer mis necesidades en una rústica letrina que en ocasiones no tenían ni agua corriente, o lo que es peor, utilizar un orinal o escupidera, sí, ese artilugio que en mi casa solo valía para acostumbrar a mi hermanito a ir sin pañal o de improvisado casco para mis guerras virtuales.

¿Y la vuelta a casa?, entonces las incomodidades se multiplicaban al añadir entre los pasajeros, de forma milagrosa, melones, embutidos y garrafas de vino.

Quizás, el observar únicamente aspectos, para mi negativos, solo fuera a modo de auto defensa ante lo que ahora entiendo como envidia, mi envidia. Solo eso explica que no tuviera en cuenta el resto de vivencias que con igual entusiasmo me relataban. Yo me convencía de ser la élite, las personas importantes para mí no tenían pueblo, o al menos eso creía yo. Cruiff no tenia pueblo, Reixach no tenía pueblo, Gabi, Fofó, Miliki, ni tan solo Milikito lo tenían. Mazinguer Z no pasó ni un solo capítulo en un lugar sin lavabos en el interior de las viviendas.

Quizás no lo supiera yo en aquel momento, pero ahora sé que me engañaba, supongo que por esa razón nunca exterioricé ese falso sentimiento de superioridad, me bastaba con el convencimiento interno de pertenecer a la élite de los veraneantes sin pueblo.

Ahora, y desde hace quince años, estoy casado con una de esas “infortunadas” personas de inferior rango vacacional.

Desde cinco años anteriores a mi matrimonio, yo tengo como destino principal uno de esos lugares por los que, aunque mas lento, también a pasado el tiempo y el progreso, en mi caso aún he de realizar una pequeña excursión domiciliaria para evacuar, aunque no sea el caso general en el lugar.

Calera de León, ese es el pueblo donde se criaron mis suegros, allí es donde mi mujer ha pasado casi todos los veranos de su vida. Es un pueblo de la sierra extremeña con un millar de habitantes censados y otros tantos desplazados principalmente a Madrid y Barcelona. Jamonera por excelencia presume de su cerdo ibérico, principal actividad económica de la zona.

Recuerdo mi primer viaje a Calera, fui solo, ya que Ester, la entonces mi novia, viajó antes con sus padres. Por el camino, a bordo de mi Opel Corsa 1•3, recordaba las anécdotas de mis antiguos compañeros de clase y las de Ester, esperaba no tener la necesidad de poner en funcionamiento la calefacción y la carga de equipaje se limitaba a una maleta y una bolsa de mano.

Pasé por los tortuosos puertos de montaña que me relataron y sufrí la M-30 de Madrid sin perderme, 1.100 Km en nueve horas es una marca que, afortunadamente, hoy en día me hubiera supuesto la mas que segura retirada de carné.

En esas nueve horas trataba de imaginarme como cuadraría yo entre las amistades nativas de mi novia.

¿ Como habría de ser recibido un personaje del cinturón industrial de Barcelona sin pueblo?.

En realidad, y valga de confesión, esperaba encontrar un pueblo a lo Martínez Soria, y unos habitantes que en poco variaran de los Botejara o “Bienvenido Mr. Marsal”. Nunca he sido de prejuicios, presuntuoso, ni es que me sintiera superior por venir y ser de Barcelona, cosa que en realidad existe aunque cada vez menos, solo era una visión que me cree por mi ignorancia sobre el tema y detalles previos a mi viaje como el haber de preparar la cartilla bancaria al no existir cajero automático alguno ni en aquel pueblo ni en los cercanos mas habitados.

Aún recuerdo, como si fuera ayer, tras pasar un Pantano de Tentudía prácticamente seco, mi entrada por “ el puerto rico”, un silo de pienso, un campo de fútbol y un par mas de edificios que me hizo intuir que ese sería el “ polígono industrial del municipio. Cinco personas caminaban por la izquierda de la carretera, como mandan los cánones del peatón prudente, conforme me acerco a ellos observo que entre esas personas se encuentra Ester, sentí que no estaba preparado para presentaciones, quien me conozca superficialmente creerá que soy algo descarado, pero en realidad soy muy tímido para empezar relaciones, era muy pronto e inesperado, en el mismo momento había de descargar mi alegría por el reencuentro con Ester y mantener la cortesía prevista con los que a partir de entonces habrían de ser mis compañeros estivales.

Un corto y tímido pitido hizo que los cinco peatones se volvieran hacía mi , Ester aceleró su paso en sentido contrario al que llevaba, he de agradecer al resto que se mantuvieran en sus sitios hasta que, tras la muestra de cariño acumuladas y algo contenidos que nos regalamos, Ester los reclamó para proceder al rigor de las presentaciones.

Llegó el momento, Adelaida, Joaqui, Isabelita y Piquín, una presentación de lo mas formal que no me supuso ningún trauma inicial, la verdadera prueba de fuego sería esa misma noche, cuando encontráramos al resto en la terraza del ya desaparecido bar de “ Rebollo”, en la salida del pueblo hacia Cabeza la Vaca.

El pueblo no me sorprendió, realmente podría situarse en él una película de Martínez Soria en su versión mas rural, de no ser por la cantidad de vehículos que se acumulaban el bordes de sus estrechas calles y una Gigantesca iglesia con un antiguo convento anexo, los cuales triplican el volumen de la parroquia con la que contamos en Sant Joan Despí, cuarenta veces mas poblado que Calera de León.

En la casa donde me voy a alojar, la abuela Carmen que roza los 90 años y abuela materna de Ester, la tita Manola, la prima Mari Pepa, el Primo Manolo y la prima María del Mar, eran los habitantes habituales de ella, a los que nos sumábamos, mi suegra Carmen, mi suegro Eugenio, mi cuñado Oscar, Ester y Yo.

De momento nada cambiaba sobre los tópicos que yo portaba de Barcelona, el pueblo empedrado, las casas de piedra y barro con su patio trasero al que llaman cuadra a pesar de no contener animal alguno, aunque si que contaba con uno de mis mayores temores, el aseo, ¡era cierto!, había que salir al patio para acceder a él. Ello daba, aunque no lo hubiera comprobado aún, certeza al uso del orinal.

Yo me mostraba comedido, tímido, supongo que esa actitud se acrecentaba con la contraposición que suponía el elevadísimo tono de voz que utilizaban el primo Manolo y la prima Mari Pepa, que me interrogaban sin cesar sobre mi trabajo y mi familia, supongo que con el ánimo de ser hospitalario.

Eran ya cerca de las siete de la tarde, mi suegro se despertaba de una larga siesta para mi inconcebible hasta la fecha y al haber descubierto días después las virtudes del mediodía, a partir de la una, en peregrinación por los bares del pueblo. Suponía que tras una ducha saldríamos a dar una vuelta y tomar algo, tal como hacíamos en Sant Joan, no entendí entonces por qué no se podía actuar de la misma forma, pero tuve presente el dicho de” Allá donde fueres, haz lo que vieres” y no caí en preguntas y ni reclamaciones a Ester, acaté la negativa y comenzamos una peregrinación de visitas familiares por todo el pueblo que me hizo pensar en que todos aquellos habitantes tenían algún vínculo con la familia de mi novia, aún ahora soy incapaz de reconocer, físicamente o por nombre, a algunos componentes de esa extensa familia.

Nada me hacía suponer que aquel pueblo fuera en el futuro más que un paso obligado por compromisos familiares en años salteados.

La hospitalidad y naturalidad de mi familia de acogida hacía muy fácil la estancia esperando mi primera cena en Calera. La abuela Carmen fue un maravilloso descubrimiento para mí, jamás imaginé, de hecho jamás lo he vuelto a ver, una tierna viejecita, encorvada y menuda, muy menuda, con esa vitalidad y un extremo buen humor, la cabeza muy clara, mi recuerdo de aquella mujer venida a menos físicamente es de admiración y cariño a pesar de solo haber compartido un par de periodos vacacionales.

Gazpacho, empezamos bien, me encanta el gazpacho y aquel no distaba mucho en sabor del que mi madre elabora con tan buen resultado. No recuerdo el plato principal de aquella primera cena extremeña aunque si tengo presente el siguiente, un plato con embutidos, ibéricos, ¿Cómo no?, los embutidos ibéricos no eran desconocidos para mí ya que antes y unos meses después del servicio militar trabajé como charcutero en un supermercado. Pero aquel era diferente, era de su propia matanza, prevalecía en él la calidad ante la imagen, un enorme chorizo (morcón), salchichón, caña de lomo, quesos de tan mal olor como excelente sabor y un enorme pan sin forma definida cuyos pedazos cortados oblicuamente por el tamaño de la pieza, ofrecían una excelente base a cada pedazo de semejante banquete, el cual acabó por llenarme hasta el punto de costarme respirar, aquella sensación perduró durante toda mi estancia en Calera, alimentado por mi innata gula y la exquisitez de aquellos rústicos manjares.

“Son las diez” , comento a Ester, constatando que comenzaba a hacerse tarde para salir a dar una vuelta por el pueblo, ella comenzaba entonces a arreglarse, tras haber respetado mi turno en la ocupación del apartado cuarto de baño, donde por cierto descubrí tres orinales que me hicieron temer por la necesidad de utilización, mas y aun compartiendo habitación con mi cuñado y su rudo primo. Las diez aún es pronto en el pueblo, Ester me insta a esperar tranquilo y disfrutar de una conversación en la puerta de la casa, donde se encontraban mis suegros, la abuela y la tía Manola en sus respectivas sillas de brea al más puro estilo de pueblo, yo me senté en el umbral, sin parar de saludar a los vecinos que pasaban y a los cuales me iban presentando, en verdad no me resultaba para nada cómoda esa situación y esperaba impaciente la salida de Ester para ausentarme de aquellos formalismos que se repetían una y otra vez, ya que no había vecino que pasará que no hubiera de saludar y responder a obviedades como “¿ Que, de vacaciones?, ¿Te gusta el pueblo?.

Las 11:15, ¡por fin!, Ester aparece y salimos calle arriba en dirección al “Bar de Rebollo” que se encontraba fuera del corazón del pueblo formado por la “plaza arriba” donde se ubicaba la enorme iglesia, un quiosco, el bar de los hermanos Garrón y el de Inocente, muy cerca en una calle adyacente está el mesón, ese triángulo, es actualmente el habitual de nuestra peregrinación nocturna.

A cada paso que dábamos un nuevo saludo y las preguntas de rigor, yo no sabía lo lejos que podía estar el bar de reunión, pero he de admitir que me pareció no llegar nunca. Hasta ese momento los hechos no hacían más que confirmar los tópicos que un ignorante en lo rural, como yo, podía tener de la vida de pueblo.

11:45, media hora para no más de 300 metros, una buena marca para ser el primer día, me consolaba la idea que, con casi toda seguridad, ya habíamos saludado a toda la población del lugar, mas los veraneantes.

Allí estaban casi todos, Joaqui y Piquin, Ade y Sevi, Isabelita y Antonio Jesús. Faltaban José Antonio y Toni Mari , ellos solían juntarse con el resto en el bar de los hermanos, en la plaza arriba.

¡Una jarra de medio! pido con toda naturalidad al primo de Joaqui, el bar era del tío de ella, ¿ de medio qué?, ¿de medio pelo? Empezamos mal, pensé, ambos hablamos el castellano desde pequeñitos y no nos entendemos, tras una divertida disertación de como se nombran a las cosas en Cataluña y como en Extremadura, me instó a ver un recipiente del cual solo tenía una unidad, ya que nadie se la demandaba. ¡Eureka!, es una jarra de medio, esta me acompañó durante los dos veranos en que se mantuvo abierto el bar durante mis visitas.

Era época de tópicos, solo por el hecho de ser catalán ya eras persona de fiar, agarrado, pesetero y algo separatista, pero sin la malicia de la imagen que en gran medida se ha dado en los últimos tiempos.

Desde entonces y salvo un periodo de cuatro años seguidos, Calera es parte de mis veranos, siempre hay un hueco en las vacaciones para visitarla, en ella se encuentran las personas que, solo por actuar tal y como son, han hecho de mi un catalán extremeño, un santjoanenc calereño y un culé del “tentu”.

No, no puede ser casualidad, mi hijo Víctor se siente igual, y...como le envidio, desde bien pequeñito él tiene pueblo.

¿Y yo?, yo ahora también lo tengo.